Si bien la grasa de la carne representó un beneficio evolutivo para nuestros ancestros (viniendo de un pasado herbívoro), esto trajo consecuencias para la dentadura del pasado.
La historia de las enfermedades dentales es clave para entender la evolución de nuestra especie y los cambios en la alimentación a lo largo de los siglos. El prestigioso paleoantropólogo español Juan Luis Arsuaga -conocido por sus investigaciones en los yacimientos de la Sierra de Atapuerca junto a José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell- reveló un dato impactante durante un encuentro con periodistas en Burgos: “Hasta el siglo XV, prácticamente no existían caries”.
Esta afirmación plantea una pregunta intrigante: ¿por qué los humanos prehistóricos, sin cepillos de dientes, pasta dentífrica, ni asistencia odontológica, apenas sufrían caries, mientras que hoy es una de las afecciones más comunes en el mundo?
Durante el Paleolítico, la alimentación de nuestros ancestros se basaba en alimentos crudos y no procesados, ya fuesen frutas silvestres, raíces, verduras, carnes y granos enteros. Esta dieta, lógicamente sin la presencia de los dañinos azúcares refinados ni almidones industrializados, generaba un ambiente hostil para las bacterias que provocan la caries. Es decir, al no haber ni azúcar, ni edulcorantes, nada de sacáridos libres como la sacarosa, a las bacterias les resultaba más difícil producir los ácidos que erosionan el esmalte (ya que el azúcar es el gran responsable de las caries en nuestra boca). Por tanto, los humanos de la prehistoria no tenían caries; para ellos, era un evento casi desconocido.
Los casos de caries que se han detectado en restos arqueológicos anteriores al siglo XV son anecdóticos o en muy baja proporción. Pero la alimentación ha sufrido una intensa evolución y, con ello también nuestro microbioma intestinal, y esto ha tenido consecuencias para nuestra boca.
El gran problema: el azúcar
Y es que todo cambia a partir de la llegada masiva del azúcar refinado a Europa, un momento que podemos situar históricamente con la expansión del comercio y los grandes descubrimientos marítimos. No hay duda de que las caries son una consecuencia de nuestra evolución dietética y cultural pues con la llegada del azúcar a Europa, las caries comenzaron a proliferar.
Según Arsuaga, el estudio de los fósiles y dientes de homínidos y humanos modernos primitivos nos aporta una gran cantidad de pistas fundamentales sobre el modo de vida de nuestros antepasados. Y lo cierto es que hasta fechas relativamente recientes -como hemos visto, apenas hace unos pocos siglos-, la caries era tan rara que no entraba dentro de las preocupaciones sanitarias de la época.
Por contra, los individuos de la prehistoria forzaban su mandíbula a una masticación intensa. Y es que al comer carne fibrosa y vegetales duros, sin cocción, implicaba un enorme desgaste de las piezas dentales. Tanto es así que se les desgastaban mucho los dientes por su forma de comer. Se les estropeaban tanto los dientes en un año como a nosotros en toda una vida porque se trataba de una dieta cruda, abrasiva, y tenían que masticar mucho y con más fuerza, ejerciendo una presión constante sobre el esmalte, con lo que los dientes eran sometidos a una gran cantidad de estrés.
Este desgaste de la dentadura solo tenia un efecto positivo, que, a cambio, no alimentaba a los microbios cariogénicos. De todas formas, con una esperanza de vida en torno a los 30 años, este deterioro intensivo a causa de su forma de comer tampoco debía sostenerse demasiadas décadas, ya que no vivían tanto como podría imaginarse.
La llegada posterior del azúcar y de la aparición de métodos de cocción más complejos, como moler cereales, hornear pan y generar almidones, y los consecuentes alimentos más blandos, revirtió la situación: ahora nos preocupa menos el desgaste de los dientes, pero sufrimos más caries.